Estos últimos años ha surgido una moda en forma de queja (la queja es el signo de estos tiempos) por un supuesto exceso de escritores. Se argumenta que nunca antes se había escrito tanto y (por ende) tanta bazofia. Este tipo de afirmaciones no sé si se sustentan en algún dato positivo o si alguien se ha dedicado a contabilizarlo de alguna manera. Pero basta con revolver nuestros desvanes o con rebuscar por librerías de viejo para descubrir las ingentes cantidades de literatura de segunda y de folletín publicadas en el pasado. Porque no, no todo lo que leían nuestros abuelos era Proust. Nuestros abuelos —los que podían y sabían leer— leían a Lewis Wallace pero también disfrutaban con novelitas de 0,50 céntimos absolutamente respetables por dos motivos: porque son el resultado de un trabajo y porque, en su momento, satisficieron a sus lectores.
Por lo demás, cuando alguien emite una queja es porque hay algo que, como mínimo, siente que le perjudica. En el caso de los quejosos de la profusión literaria, nos podríamos preguntar si acaso lo son porque se ven obligados a leer esta bazofia excedente. Se trataría, por supuesto, de una pregunta absurda, ya que ningún gemebundo está obligado a leer nada que no quiera. No, ellos, los gemebundos, más que de un perjuicio personal y directo, se lamentan de un supuesto daño a la buena literatura (así, en abstracto). Como si la existencia de los textos baratos la empobreciera. O, aún peor, como la presencia de éstos resultara una especie de agravio para aquella. Este fenómeno me resulta extremadamente curioso. Sobre todo me llama la atención que este lamento a la prodigalidad se centre siempre y exclusivamente en la literatura: “Hoy todo el mundo quiere ser escritor” o “Hay más escritores que lectores”, se suele decir. Sin embargo nadie se queja por el cultivo intensivo y masificado de cualquier otro arte. Nunca he oído “Hoy todo quisqui pinta cuadros” aunque encontremos pintores exponiendo hasta en mercadillos callejeros. Ni tampoco “Todo dios se dedica a la música, todo dios es cantante”, aunque en cada parroquia se monte un grupo coral. ¿Alguien sería capaz de sugerir que sólo tiene derecho a empuñar el pincel quien sea digno de acabar exponiendo en el Prado? ¿Todos los que juegan a fútbol ficharán para el Barça? ¿Todos los que bailan salsa acabarán en el Bolshói? Si la música puede cobijar a miles de reguetoneros que nada tienen que ver con Mozart ¿a qué viene esa exquisitez con los escritores?
URGEN RESPUESTAS. ANÍMESE A DARLA, SI LA TIENE.
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